La lenta agonía de La Moraleja
Licencias sin control, tráfico insoportable y oscuras operaciones urbanísticas: así está desapareciendo una de las mejores urbanizaciones de España ante la indiferencia —o la complicidad— de quienes deberían protegerla.
26/04/2025
La Moraleja agoniza lentamente, no por el peso de los años, sino por la absoluta negligencia —o la interesada complicidad— de quienes tendrían que protegerla. Lo que fue uno de los enclaves residenciales más exclusivos de Europa se desangra cada día, víctima de una política urbanística suicida, de una rendición indigna ante los intereses de Madrid, y de un Ayuntamiento de Alcobendas que parece más ocupado en vender humo que en cumplir con su deber elemental: conservar la joya que heredaron.
Hoy, las licencias de obra en La Moraleja se reparten como caramelos en una verbena, sin el más mínimo análisis de densidad poblacional, de capacidad de tráfico, de sostenibilidad de los servicios o del más elemental sentido común. No hay respeto por la singularidad urbanística que convirtió a esta zona en símbolo de excelencia: la ordenación racional del espacio, la baja densidad, los espacios verdes. Todo eso ha sido sustituido por una voracidad constructiva sin planificación ni mesura. Se autorizan desarrollos mastodónticos, como el de La Solana, que traerá más de mil viviendas nuevas sin haber construido antes ni un solo acceso digno que evite el colapso. La prioridad no es preservar el equilibrio de la urbanización: es recalificar, construir, facturar.
Peor aún es la sumisión bochornosa a Madrid, cuyo crecimiento desordenado se vierte ahora sobre Alcobendas como una marea imparable. La Moraleja, que debería ser defendida frente a estas agresiones, es entregada mansamente para que soporte el tráfico, el ruido, la saturación y el deterioro de su calidad de vida. El Ayuntamiento de Alcobendas, lejos de plantar cara, se comporta como un mayordomo obediente, aceptando que los desarrollos de Valdebebas, La Carrascosa y otras expansiones urbanas viertan su tráfico y sus problemas sobre nuestras calles, diseñadas para otra época y otra escala.
El tráfico, de hecho, es hoy uno de los síntomas más visibles de la decadencia. Calles estrechas, pensadas para un tráfico local y sereno, son ahora ríos de coches a horas intempestivas. Y en lugar de aliviar la presión, los políticos municipales se dedican a aumentarla. La última ocurrencia es conectar directamente la nueva macro urbanización de La Carrascosa con la Nacional I a través de La Moraleja. Una decisión disparatada que sólo puede explicarse desde el desprecio o desde la corrupción. Para camuflar semejante despropósito han diseñado una remodelación de la entrada de la urbanización a través de la Plaza del Soto, vendida como una gran mejora de accesos. Una ampliación de carriles que, en la práctica, no es más que un truco de trilero: abrir una pequeña válvula mientras se aumenta cien veces la presión del agua. Ningún vecino con un mínimo de información respalda esta barbaridad. Todos sabemos que no se trata de mejorar los accesos para los actuales residentes, sino de desatascar el alud de tráfico que ellos mismos han provocado con su codicia urbanística.
Y mientras el tráfico ahoga las calles, los colegios también contribuyen a la saturación. Se amplían los cupos escolares sin control ni previsión, se sustituyen elementos históricos como la Ermita de La Moraleja para levantar colegios americanos de lujo, todo ello en un marco de oscurantismo que escandaliza a cualquier ciudadano decente. Los árboles se talan, el paisaje se degrada, la historia se borra. A cambio, nos ofrecen discursos vacíos y promesas de "modernización".
Pero quizá lo más grave no sea el error, sino el descaro. Porque ya no estamos ante simples equivocaciones: estamos ante actuaciones que sólo se explican desde un beneficio oculto. No es una teoría de la conspiración; es la pura lógica. La opacidad con la que el Ayuntamiento tramita cambios de uso, recalificaciones y licencias levanta serias sospechas. Los rumores de alteración de superficies en parcelas para permitir su edificabilidad —aumentando así su valor de forma escandalosa— no son simples habladurías: son la consecuencia directa de la falta absoluta de transparencia que domina cada operación urbanística. ¿Cómo explicar si no el empecinamiento en destruir lo que genera mayor valor patrimonial y simbólico para Alcobendas?
La Moraleja no muere sola. La están matando. Y quienes empuñan el cuchillo visten traje, ocupan cargos públicos y se llenan la boca hablando de sostenibilidad y progreso mientras reparten el suelo a su conveniencia. Cuando La Moraleja deje de ser lo que fue —y ese momento no está lejos—, los responsables intentarán mirar hacia otro lado, cargar las culpas sobre la fatalidad o sobre fuerzas abstractas del mercado. Pero los vecinos lo sabemos: la decadencia no es casual. Es el resultado de decisiones conscientes, tomadas a espaldas de la ciudadanía y contra el interés general. Decisiones que, tarde o temprano, exigirán responsabilidades.
Jesús Ulloa
Presidente de Alcobendas Sin Más